06 julio 2011

ARRULAQUE 2011: LUZ Y SOMBRA. Por Pedro Nicolás



Permitidme, antes de nada, agradecer a los organizadores de esta cita guadarramista la oportunidad que me ofrecen para exponer algunas ideas sobre nuestra sierra en esta nueva edición del Aurrulaque, reunión que sin duda alguna se ha convertido en una de las principales referencias para quienes nos sentimos comprometidos con el futuro de la Sierra de Guadarrama y con el papel que estas montañas pueden desempeñar en nuestras vidas y en nuestra sociedad.





Me parece además pertinente recordar que nos encontramos en la vigésimo octava edición del Aurrulaque por lo que creo justo que los que nos hemos ido sumando, desde hace bastantes años, a esta ceremonia anual, rindamos cabal reconocimiento a los que allá en los ya lejanos años ochenta entendieron que hay que sustanciar las ideas y los sentimientos en hechos, pues ya sabemos que obras son amores…, y sus obras y sus amores nos han dado a muchos la oportunidad de mostrar también los nuestros.





El Aurrulaque, bien lo sabemos los presentes, ha servido para dotar de voz y presencia a los que creemos en la gran oportunidad que ofrece el Guadarrama para profundizar en el conocimiento y la vivencia de lo natural. El Aurrulaque ha servido y sirve, entre otras cosas, para demostrar a quien sea necesario que hay una parte de la sociedad vigilante y activa en la ingrata labor de impedir, que, por ignorancia, insensibilidad o codicia, se menosprecie o malbarate a esta bendita, pues bendito es aquello dotado de grandes virtudes, sierra de Guadarrama.





Así pues, por estas razones, valoremos explícitamente el hecho, ya convertido en tradición, de encontrarnos un año más aquí, a los pies de Majalasana, reiterando y reforzando nuestras convicciones guadarramistas. Gracias, por tanto, a Antonio Sáenz de Miera, alma del Aurrulaque; gracias profundas y sinceras. Por supuesto gracias a aquellos que de una u otra forma se han puesto hombro con hombro a su lado y mantienen con tesón y entrega, esta cita social, abierta, integradora y pública. Recalco lo de integradora pues creo que de verdad lo es y lo recalco porque hemos de ser conscientes que en la lucha por un Guadarrama mejor, si damos pábulo a desafecciones y particularismos, lo único que lograremos es ser más incapaces, aislándonos en nuestras desesperanzas, mientras mercenarios de intereses diversos se frotan las manos haciendo de la sierra, de nuestra sierra, su sayo.









Sé bien que la montaña como experiencia vivida se entiende mejor y cala más hondo en soledad; de hecho, ahora, desde hace bastantes años, la mayoría de mis montañas son en soledad. Pero esos momentos intensos por íntimos, que tanto favorecen la relación con la verdadera esencia de las montañas no tienen por qué estar reñidos con estos otros de montaña, llamémosla, social, pues además de lo reconfortante que es reconocer el sentir compartido, esta sociedad de intereses comunes es imprescindible para lograr los objetivos deseados. Por ello hacen falta reuniones como la presente donde nos volvemos a recordar y recordamos a la sociedad que un Guadarrama valorado, querido y adecuadamente protegido, constituye nuestro objetivo irrenunciable.





Desearía en tal sentido recordar lo dicho aquí en el Aurrulaque de hace 17 años por el poeta Luis Rosales, palabras que ahora cobran especial sentido:
“Aurrulaque 84 es el comienzo de la reconquista de la sierra de Guadarrama, la sierra bendicente, para dejarla a salvo de la codicia, el salvajismo y la degradación. De una vez por todas. Porque así lo queremos”





No querría cerrar estos agradecimientos y consideraciones sobre la defensa de las montañas y en concreto del Guadarrama sin tratar algo que hace años me inquieta. Me refiero al antagonismo que percibo en demasiadas ocasiones entre los que, por resumir, podríamos denominar como montañismo cultural y el montañismo deportivo.



Pienso que cuando nos brindáis la oportunidad de exponer nuestras ideas en el Aurrulaque debemos aportar lo que sobre el Guadarrama mejor creemos saber. En mi caso, quizás, mi doble condición de deportista y profesor, me otorgue un privilegiado lugar para el análisis sobre la relación del deporte y las montañas.



Es bastante común que desde el mundo deportivo, ahora con múltiples caras: carreras atléticas, bicicleta, esquí, escalada, barrancos, deportes aéreos…, se llegue a considerar la montaña como un simple marco, magnífico, pero tan solo un marco, de la prioritaria actividad físico-deportiva. Se ha de señalar que es muy comprensible la exaltación física y emocional que se produce en el dominio del esfuerzo y la técnica, sobre todos entre los jóvenes, en especial, como digo, si la acción deportiva se lleva a efecto en un ambiente con los enormes atractivos de la montaña: amplitud, variedad, circunstancias cambiantes, luminosidad, panorámicas, etc… Pero es muy cierto, sin embargo, que si no se posee un bagaje cultural previo sobre qué son de verdad las montañas el deporte puede llegar a seducir de tal modo que haga olvidar la mayor, es decir, la propia montaña.





Por su parte desde el mundo que vive la montaña de modo más sosegado y cultural, se hacen críticas fundadas por la ignorancia de estos deportistas sobre los aspectos naturales, históricos o geográficos de la montaña y sus gentes, privándola de sus principales significados. Sin embargo estas críticas parten, muy a menudo, de la total distancia o del desconocimiento de las sensaciones y vivencias del deporte, siendo tomadas por los deportistas radicales como producto de la incapacidad para vivir esas experiencias.





Creo, y deseo reivindicar desde aquí, que las montañas sin una relación física, sin esfuerzo, sin un punto de compromiso, son menos montañas en el sentido de que no nos aportan todo su inmenso potencial. Como también, por supuesto, son menos montañas si sólo las vivimos mediante el deporte en una relación superficial sin hacer la menor entrega por profundizar en el conocimiento de los elementos, fenómenos, procesos e historias de las mismas.





De la montaña hay que volver físicamente cansado y mentalmente estimulado. No es verdad que el esfuerzo físico y la observación atenta y emocionada, estén reñidos. No es verdad que un itinerario exigente en diversos modos, impida comprender las claves que explican lo sustancial de ese espacio. El compromiso y exigencia en lo físico, en orientarnos adecuadamente, en elegir bien las estrategias para la ascensión, en la audacia sensata, hace que las montañas sean más completas y auténticas. Además, ese tipo de relación no se puede afrontar con éxito sin un atinado análisis basado en el conocimiento de la naturaleza.





La montaña, y el Guadarrama como montaña, para aportar todo lo que en si tiene, ha de obligarnos a esfuerzos y atenciones primarias, comunes con las de los antepasados, actitudes cada vez más relegadas en la vida actual, pero, lo resalto pues este es el mensaje que os deseo hacer llegar, perfectamente combinables con los estudios y análisis más rigurosos… Esa es la gran virtud y la gran diferencia de las montañas respecto a otras actividades. Así, para mí, es cómo la montaña alcanza su máxima dimensión y nos permite un verdadero desarrollo individual y social.







Vivir la montaña con plenas exigencias físicas, por supuesto cada uno en sus posibilidades, es un tipo de comunión con este espacio que le hará parte de nuestra memoria vivencial incluyéndola en el inventario de los lugares emocionales y por ello como un bien a cuidar y mantener. Sólo falta ahora, que estos deportistas, que hacen de la naturaleza cancha, comprendan la inmensa y profunda riqueza que se esconde detrás de ese espacio al que han llegado con fines utilitarios. Pero la mitad del camino, la emoción primigenia por el lugar, ya está lograda. Resta sólo encauzar, dotar de significados lo que ya conocen y aún no comprenden. Cuando eso ocurre, según los casos más o menos complicados, no les resulta difícil entender que antes que el deporte en la montaña está la montaña en sí misma, pues es mucho más esencial, consistente y permanente. Y eso, pasados los ardores juveniles, es lo que buscamos.





Ahora bien, me estoy refiriendo siempre, quiero dejarlo bien claro, al ciclista de montaña, al esquiador de fondo o montaña, al atleta corredor, al escalador o al parapentista. A aquellos que tienen un relación directa, casi sin intermediarios, con el medio mediante el esfuerzo y las decisiones personales. Cosa bien distinta son lo deportes de multitud, espectáculo o dependientes de infraestructuras, modalidades que en la sierra de Guadarrama no tienen sitio las nuevas ni demasiado futuro las antiguas. Los equipamientos deportivos que estaban implantados, como las estaciones de esquí, deberían ir desapareciendo, y jamás, pues es una enorme contradicción que sólo puede estar basada en el desconocimiento de la naturaleza, potenciarlos o alentarlos, y menos aún implantar nuevos eventos como por desgracia, con desalentadora falta de criterio, hemos visto hace poco en el puerto de Navacerrada.





Una vez cumplido este deseo de expresar los agradecimientos y aventurarme osadamente en la sociología montañera, paso a comentar brevemente la situación actual de la protección del Guadarrama.



Como la mayoría de los presentes sois gente con un profundo conocimiento de las vicisitudes por los que ha navegado el proyecto de declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama os voy a evitar la larga y enervante singladura de dicho proyecto, yendo directamente a la encrucijada actual.



Como sabéis el posible y por muchos anhelado Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama ha quedado finalmente en propuesta de Parque Nacional de las Cumbres del Guadarrama.




Quizás esta transformación territorial era previsible e incluso podríamos admitirla como la solución de circunstancias para que el proyecto del Parque Nacional, una idea apoyada por amplios colectivos y un compromiso político ya ineludible, no acabara encallando con alto riesgo de naufragio definitivo, pero este, digámoslo alto y claro, no era el Parque deseado.
Este proyecto con sus 36.000 ha, aprobado por las administraciones de Castilla y León y Madrid ha sido enviado al gobierno de España y ahora sus instituciones competentes han de dar su veredicto en cuanto a su idoneidad. Si esta fuera favorable se habrá de llevar a los órganos de la soberanía popular para que hagan ley lo que hoy es propuesta, de modo que una parte de la sierra alcanzase, tras, no lo olvidemos, casi un siglo de vaivenes, la máxima protección a la que puede acceder un espacio natural en España.





Este sería el mejor de los guiones posible, pues también cabe que otros factores de carácter sociopolítico, siempre numerosos e imprevisibles, aparezcan en escena y nos dejen compuestos y sin parque nacional, con el final una vez más aplazado e incierto, como en una maldita obra que se regodea en su negro designio de inconclusión.





Pero, a pesar de esas incertidumbres, aquí y ahora, en esta mañana de sábado de inicios de julio, bajo el duro sol del estío serrano, creemos, que de verdad, por fin, estamos en la antesala de una nueva y mejor consideración de la sierra de Guadarrama. Una montaña que si las cosas no se tuercen, será en breve reconocida, al menos en sus zonas altas, como un territorio de gran valor natural y paisajístico, otorgándole un importante papel en el desarrollo de una adecuada relación entre la sociedad y la naturaleza.





Esta es la luz de la situación actual, la luz de las cimas. Un objetivo que se alcanza tras enormes esfuerzos de miles de personas, entre las que por lealtad y justicia dejarme recordar sólo como ejemplo a Eduardo Martínez de Pisón, que a lo largo de casi un siglo, que han argumentado, estudiado, clamado y porfiado por él. En ese momento, confiamos que inmediato, las lindes administrativas de algunos cordales no separarán artificialmente áreas de montaña protegidas, estudiadas y enseñadas, de otras que siendo iguales se ignoraban con desprecio. Y, además otros muchos espacios, antes dejados a su albur, pasan a ser lugares de excelencia ambiental. Por este hecho, cuando llegue, hemos de sentirnos legítimamente satisfechos, porque desde ese momento una parte muy significativa de la sierra habrá sido tratada con justicia, cultura e inteligencia.





Sin embargo somos muchos los que pensamos que hay importantes sombras en el proyecto de la protección de la Sierra de Guadarrama.



Los montañeros simbolizamos la esencia de nuestra pasión en las cimas, esos reducidos y etéreos espacios inundados de luz o batidos implacablemente por los elementos. Pero si me detengo y analizo un momento ese sentimiento veo que la cima fascina no tanto por sí misma como porque para llegar a ella hemos hecho un trayecto que, partiendo del arroyo, ha atravesado los bosques de ribera y ladera, para salir luego, cuando este último se aclara, al matorral, más tarde al pastizal y finalmente al roquedal, hasta que, casi ingrávidos, nos sentamos en la cima y sentimos la sensación completa y profunda que produce ese viaje tan físico como moral de la ascensión de una montaña.





Y esta sombra, la amplia sombra de los bosques, es la que echamos en falta en el futuro Parque Nacional y que, como metáfora del incompleto proyecto de protección, oscurece nuestro ánimo. Al Guadarrama protegido, al que se ha de dotar de atención, estudio, cuidado y presupuesto, se le ha escamoteado buena parte de ese espacio umbrío, entrañable, acogedor, pleno de vida y sugerencias del bosque. Al Guadarrama valorado y homogéneamente protegido se le ha privado en el presente proyecto de la mayor parte de los magníficos pinares de silvestre que se extienden, entre otros lugares, por el río Moros, el alto Lozoya, el alto Eresma y Valsaín, y casi totalmente de los melojares.





Sabemos, nos lo han repetido, que las rígidas condiciones legales sobrevenidas impidieron su inclusión; que la gestión de esos espacios forestales ha sido y es modélica y que por tanto mejor que así se queden…; sin embargo somos muchos los que pensamos que la coherencia natural ha de prevalecer sobre los obstáculos e imposiciones procedentes de visiones esquemáticas de despacho o de las reglas emanadas de ideas o criterios inflexibles.



Una montaña no es una cima. No lo confundamos. Una montaña es un sistema que incluye en interdependencia lo vivo e inerte, y es en su conjunto donde adquiere sentido y valor; es precisamente ese sistema completo, sin desgajar, el que hay que respetar y es ese sistema el que se nos ofrece para la comprensión o la emoción, haciéndonos más personas pues nos hace comprender mejor lo que nos rodea.



Estamos a punto de tener unas áreas culminantes protegidas, aunque ni siquiera todas como hace algunos meses expuso el “Manifiesto por un Mejor Parque Nacional de Guadarrama” que muchos hemos suscrito, pero a costa de despreciar, rebajando su valor, la mayoría de sus vertientes si estas están enriquecidas por el entreverado de luces, sombras y vida de los pinares y melojares.





Creemos que incluir más pinar, es cierto que ya hay casi 10.000 ha, en especial en el Lozoya, y algo de melojar, del que sólo existen dentro del proyecto de Parque Nacional 370 ha, es imprescindible. Además también creemos que de existir voluntad real es posible, es legal, es barato, o al menos no es caro, es coherente y por todo lo anterior, es obligado. Es, por fin, hacer del Parque Nacional un conjunto armónico, en el que las luces y sombras naturales se conjuguen como ocurre en el viaje de la vida.






No querría, sin embargo, acabar con este asunto sin resaltar el hecho histórico de que estamos en el primer Aurrulaque en el que una parte importante de la sierra de Guadarrama está formalmente propuesta como Parque Nacional. Esto es un hecho y creo que por ello debemos alegrarnos todos, sin bocas pequeñas, explícitamente. Lo repetimos alto y claro: 36.000ha del Guadarrama están oficialmente propuestas para Parque Nacional. Felicitémonos por lo que nos toca y felicitemos sincera y cabalmente a los que lo han hecho posible, a nuestras autoridades regionales.





Siempre he pensado que uno de los grandes males de nuestra España es la cicatería y la envidia, lo que unido a una proverbial intransigencia, muchas veces sectaria, hace que al final a nadie se le reconozca nada. Y esto, en mi opinión, es una maldición para cualquier sociedad.
Por ello, para librarnos al menos hoy y aquí, de esa maldición, con independencia de quién esté hoy presente, quiero decir gracias y enhorabuena a nuestras autoridades ambientales por entender que una buena parte del Guadarrama es merecedora de ser el inmediato Parque Nacional con que se honrará el Reino de España.





Permitidme, para ir acabando, un último cambio de tema.
En ocasiones me pregunto, con profunda perplejidad, qué le ocurre a tanta gente que no llega a percibir en lo natural y lo silvestre las maravillas y benéficas aportaciones que a nosotros nos parecen tan evidentes y deseables.






¿Cómo puede ser que personas, algunas cultas y sensibles en otros campos, no entiendan las ventajas de mantener la naturalidad de las montañas?



Creo que nos ha tocado vivir un momento de la historia en el que todavía estamos pagando el brutal escoramiento, con efectos lamentables en lo ambiental, al que nos condujo la evolución social reciente, con grandes beneficios en múltiples aspectos, pero también con el evidente efecto de desubicación respecto a la relación con la naturaleza.



Afortunadamente ya somos muchos los que, además de haber tomado conciencia del problema ambiental al que nos enfrentamos, necesitamos además, de modo imperioso, vivir los espacios naturales. Sin ese contacto cotidiano con los orígenes, todas las comodidades y avances de mundo moderno tendrían, quizás, un precio excesivo.





Se trata, por resumirlo en una idea, de armonizar lo esencial y primario de lo natural con lo más evolucionado y moderno de lo artificial. Este es, pienso, el gran reto actual. A los segovianos y madrileños la Sierra nos permite, si la cuidamos, el progresar en esta senda de futuro; nos ofrece, por una impagable fortuna, un equilibrio entre lo permanente y lo mudable, entre el desarrollo de las emociones relictas y el estudio racional de nuestras labores diarias. Todo ello es más fácil y posible si disponemos, manteniendo sus condiciones, de esa enorme oportunidad cercana que es la sierra de Guadarrama.





¿Resulta tan difícil de entender? Estoy convencido de que es el modelo social imperante basado en lo material, lo fácil, lo sedentario y lo gregario, con sus aliados de desinformación y descriterio, el que hace que una buena parte de la sociedad no valore en justicia lo que son de por sí y lo que ofrecen las montañas y la naturaleza.




Como montañero y profesor he llevado, a lo largo ya de muchos años, a cientos, a miles de personas a la montaña y al campo. A unos he hablado y mostrado anticlinales o vestigios de antiguos glaciares, a otros introduje en, pongamos por caso, las series de vegetación oromediterráneas; a otros mostré lugares donde ocurrieron intensas aventuras de escalada
o superación, a veces vividas muy de cerca; en ocasiones levantamos al corzo de su encame u observamos asombrados las huellas del incansable hozar nocturno del jabalí… ; con algunos he viajado al clima polar a tan solo una hora de su confortable hogar madrileño, entrando en un mundo aislado y exigente, impensable tan cerca, de ventiscas y gélidas cencelladas. Y con otros, en la clara noche de vivac, he compartido esa sensación, casi olvidada, de que no cabe una estrella más en el firmamento, que lleva de inmediato a la emoción ante el enigma y la belleza... Os aseguro que a quienes hemos mostrado así la Sierra de Guadarrama, la relación con esta, con las montañas y con la naturaleza ha pasado a ser algo importante en sus vidas. Quizás por ello no se trata tanto de hablar y hablar de la sierra, si no de vivirla adecuada y cotidianamente, es decir apasionadamente, y facilitar a otros que así lo hagan. En tal caso a muchos se les abrirían los ojos y también muchos de sus actuales problemas estarían resueltos.




Acabo con una cita de 1919 del Ingeniero de Montes Joaquín María de Castellarnau, gran conocedor y defensor de los bosques de nuestro país:

“Y, cuando en la soledad del bosque la brisa agita con rítmico movimiento las cimas de los árboles, ¿dígame también si en el fondo de su alma no percibe el susurro de voces lejanas que le hacen entrever los misterios del infinito? No; no cabe la menor duda: árboles y pájaros, lo mismo que el fragor de la tormenta repercutiendo en los precipicios de la montaña, nos dicen algo, que sólo con los ojos del alma podemos comprender”.


Y yo apostillo: estos escenarios, los que desatan la emoción, son a los que no vamos a renunciar, por respeto a la naturaleza, a nosotros mismos y por solidario respeto hacia el resto de la sociedad presente y sobre todo futura.

Muchas gracias.
Pedro Nicolás



























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